Etiqueta: mejoramiento progresivo

  • Solidez mental inspirada por zapatos

    No le damos importancia a los zapatos, pero ellos son aquellos que nos mantienen alejados de las adversidades desconocidas de nuestros alrededores, de lo inesperado.

    Cuando paramos a considerar la función que cumplen, no podemos evitar preguntarnos: ¿Dónde están los zapatos para nuestra mente?

    Las amenazas de la que nos protege tal prenda no rasguñan nuestra piel ni causan ampollas. Ella es mucho más sutil, razón por la cual la hace más grave.

    Un aparente objeto común

    Nos los ponemos todos los días sin pensar mucho, y los damos por sentados. Sin embargo, los zapatos son una forma de explorar el mundo sin preocuparnos por todas aquellas dificultades que están por venir.

    El antagonista no importa; sean púas, rocas, animales, lodo, arena, o agua. Estaremos bien protegidos.

    Qué locura sería pretender romper cada piedra, aplanar cada colina, secar cada charco, para dar un paseo.

    ¿Qué tal si aplicamos el concepto de un zapato a enemigos más abstractos?

    Zapatos Mentales

    La mente tiene sus propios peligros.

    Miedo, ansiedad, ira, resentimiento, deseos, trampas naturales creadas por el mundo, y aquellas donde nosotros somos los creadores.

    Si aplanar cada colina parecía absurdo, ¿qué podríamos pensar de extinguir cada deseo? ¿No sería tonto nunca sentir miedo?

    Encontramos nuestra respuesta en zapatos. En vez de protegernos de daño físico, estos zapatos mentales nos asegurarían que, sin importar lo que pueda cruzarse en nuestro camino, lo superemos.

    An admirable mind

    El equivalente práctico de unos zapatos mentales sería una mente sólida.

    Bajo ningún concepto está exonerada de derrotas, pero es resiliente.

    Es propensa a enfermedad, pero siempre está en la búsqueda de una cura.

    Al ahogarse, aprender a nada por necesidad.

    Las llamas la consumirán, pero volverá de las cenizas.

    Al perderse, sabe cómo encontrarse a sí misma.

    A pesar de cualquier charco, colina, roca, o púa, se adapta. Debemos desarrollar dicha solidez. Nuestras predicciones son tan certeras como aquel lugar donde afirmamos que caerá un rayo. No podemos estar seguros, tampoco tenemos que estarlo. La única forma es prepararnos y aprender a medida que avanzamos.

    Ser nuestros diseñadores y sastres

    Cada uno de nosotros tiene una diferente naturaleza, bendiciones, y maldiciones.

    Para vivir, necesitaremos diferentes atributos. Algunos de nosotros necesitaremos endurecernos, otros tornarnos más suaves. Dado que no contamos con la opción de comprar una nueva mente, tendremos que ser nuestro propio diseñador. Seremos los que hacen las puntadas, los que determinan si están bien o mal.

    Encontraremos inspiración de autores, películas, personas, experiencias, historias, y lo que sea que encontremos significativo. Tenemos toda nuestra vida para tomar ideas, y crecer.

    En última instancia, la responsabilidad de estar bien equipados y estar a la altura del reto reside en nosotros.

  • Enamorarse de los errores

    Me gustaría que discutiéramos acerca de errores, los cuales podemos considerar como una parte natural del camino, escalones hacia nuestras metas.

    Sin embargo, ¿qué hay de esos momentos cuando el peligro percibido de fallar es paralizante y torna nuestras acciones disonantes?

    En esas ocasiones, admito que es difícil concebir la idea de enamorarse de equivocaciones.

    Entonces exploraré nuestras opciones, encarar nuestra tendencia a los errores, o ignorarlos — la decisión, así como las consecuencias, son nuestras. Importante como el tema es, me gustaría considerar el ser más amable con nosotros mismos en aquellas instancias en que las cosas producen un resultado accidental.

    Creo que estarías de acuerdo conmigo si digo que los errores son necesarios, que representan las bases de nuestro progreso, aquellos bloques que nos acercan a la perfección, incluso si solo es un ideal.

    De tal forma, aprendemos que si usamos demasiado calor, chamuscaremos la carne. Demasiada agua en las plantas las ahogaría, no darles nada las marchitaría.

    Nos ajustamos a cualquier cosa que estemos haciendo.

    Tomando por hecho que estamos en la misma página con respecto a los errores, encuentro preocupante que podríamos no estar aplicando tales ideas cuando se trata de cosas que nos importan.

    Podríamos intentar esconderlas, enterrarlas, hacerlas desaparecer. Tal como una espantosa herida, nos estremecemos instintivamente ante el simple pensamiento de que cualquier cosa podría tocar el corte.

    Es entonces cuando me pregunto: ¿cómo se supone que aprendamos?

    Tenemos opciones.

    Podríamos evitar tal dolor por los medios que tengamos predilección; sin embargo, nos arriesgaríamos a caer en los mismos errores de nuevo y perdernos de toda su belleza cuando le damos nuestra espalda. Al intentar desvanecer las acechantes sombras, apagaríamos la luz, y todo sería oscuridad.

    Otra opción es tener coraje. El valor de aceptar que lo que está hecho, está hecho, que no hay otra forma en que pudiéramos actuar, y con tal irritante realidad aceptar nuestra tendencia a las equivocaciones.

    Sé que lo que tenemos en nuestras manos es un asunto de suma importancia; lo que sentimos al fallar es prueba suficiente de eso. Sin embargo, me gustaría que exploráramos la posibilidad de que quizá no tenemos que ser tan severos.

    ¿Qué tal si lo intentamos como si fuese un campo de juegos en vez de un campo de batalla?

    Cuando seas cortado por una espada imaginaria, gruñe, tírate al suelo, y da tu mejor actuación. Cuando el juego se acabe, puedes levantarte ileso. Sé que parece una herida verdadera, pero entre más practicamos, resulta más fácil actuar, menos intimidante estar mal.

    El ideal al que deberíamos aspirar sería el enamorarnos de nuestros errores.

    Ellos son la raíz de nuestro crecimiento, algún día serán la fuente de risas y alegría, serán la forma de darle ejemplo a alguien muy querido para nosotros, ellos podrían llevarnos a lugares que nunca imaginamos, y podrían producir resultados que nunca concebimos.

    Los errores, y más importante lo que hacemos con ellos, forman parte de quienes somos. Es así que me gustaría que nos pusiéramos a trabajar.

    Hazlo.

    Hazlo más seguido.

    Hazlo mejor.

    Falla.

    Falla mejor.

  • La necesidad de renovar nuestros objetivos

    Imagina estar en un cuarto con los ojos vendados y que te pidan lanzar dardos a una diana.

    Sin embargo, no sabemos dónde está el objetivo.

    Intentamos diferentes estrategias: tirar todos los dardos en la misma dirección esperando que lleguen su destino, o cambiar de dirección con cada lanzamiento, deseando que eso incremente nuestra oportunidad de éxito.

    A pesar de nuestro gran esfuerzo y múltiples métodos, fallamos.

    No tuvo nada que ver con nuestra habilidad. No había ningún blanco puesto.

    Ese es exactamente el escenario que deseamos evitar.

    Existen metas y motivos dentro de nosotros. El porqué hacemos algo determina todo; el cómo lo hacemos, la calidad de nuestra experiencia. Sin embargo, no basta con conocer en algún punto. Tal conocimiento necesita renovarse y ser cuestionado.

    Nuestras razones cambian; en calidad, en cantidad, en el cómo interactuamos con ellas, de ahí la relevancia de explorarnos y usar la duda sabiamente como una herramienta.

    Nuestros qué y por qué

    Incluso si estos pasan desapercibidos, el objeto de nuestro deseo y sus razones están presentes.

    Lo que queremos es equivalente a un algo en particular, mientras que el porqué corresponde al valor que vemos en eso, tanto físico, como riquezas u objetos, como abstracto, así como tener seguridad.

    Es usual que dichos objetos de deseo no sean claros; anhelamos una casa, poder, o un estilo de vida en particular, porque estos simbolizan algo para nosotros.

    Habrá momentos donde el camino será un deleite y estamos encantados de transitar por el mismo. Sin embargo, habrá otros momentos donde nuestro qué y por qué son lo único que previene nuestra caída.

    ¿Le hemos dedicado el suficiente pensamiento a un asunto tan delicado?

    ¿De dónde surgen las cosas que deseamos?

    Inercia

    En algún punto de nuestra vida, algo fue puesto en movimiento.

    Desde adentro o afuera, no importa, fue fijado; creamos una rutina y objetivos, nos moldeamos a ella, tuvimos que hacerlo.

    Se nos dio un qué y un porqué.

    Una identidad emergió.

    Pasa bien o para mal, hay una fuerza inherente, fuerza que nos mantienen en nuestros hábitos, incluso si cambios lentos se acumulan de fondo. Tales cambios pueden ser tan significativos, y la fuerza de la inercia tan grande, que la disonancia aparece; un sentimiento de conflicto interno, el ideal, en contraste con lo que es, una guerra dentro de nosotros, tu contra ti mismo.

    Como sucede con cualquier conflicto, puede que nos tome por sorpresa, pero rara vez es creado de la nada.

    Algunas personas pueden simplemente ignorarlo, para otros el ruido no es tan fácilmente reprimido. Para estos últimos, alguna acción debe tomarse. Así surge la necesidad de redescubrirnos.

    Y es ahí donde comenzamos a ser.

    Una exploración del ser

    La incorrecta suposición que nos conocemos puede estar presente, dado que apegarnos a lo que conocemos es más fácil que descubrirnos cada día.

    El pequeño e inadvertido desarrollo es lo que puede que un día nos sorprenda.

    Qué tan afortunada la persona que reconoce cuán maleable el ser puede ser, aquel que presta atención a cada momento, quien no se encierra en una caja a sí mismo y que dedica algo de tiempo para simplemente ser.

    Tal reflexión no tiene que ser pesada ni demandante, o dar pie al escrutinio de la tela que estamos hechos.

    Podríamos atrevernos a probar una fruta que no nos gustaba, sorprendernos con algo que antes no podíamos concebir, o descubrir nuevos pasatiempos, pasiones, música, libros, ideas, y mucho más.

    Pero, debemos ser lo suficientemente valientes como para dudar.

    Duda como una herramienta

    Muchas de las herramientas más poderosas pueden ser tan buenas como malas, lo mismo puede ser dicho de la duda. Para explorar nuestro qué y por qué necesitamos cuestionarnos a nosotros mismos y lo que conocemos.

    Quizá tenemos la suposición de que la primera vez que hagamos algo debería sentirse fácil o natural, caso contrario, no lo “tenemos”, o presumir que la lluvia es mala porque previene salir.

    Ciertas ideas son limitantes o destructivas.

    Dudar es equivalente, en cierto modo, a reconocer alternativas, y a cuestionar la validez de aquella que actualmente utilizamos. Debemos perfeccionar el criterio para escoger la opción correcta.

    Hay mejores maneras de actuar, cualidades que perseguir, cosas que ignoramos. Debe existir la disposición de estar errado si queremos ser mejores.

    Existen otras formas en las cuales la duda puede ser desastrosa, como cuando necesitamos toda la fuerza que esté a nuestro alcance, o cuando una idea o creencia está siendo puesta a prueba.

    Debemos dudar solo cuando sea prudente.

    Piensa hacia dónde vas

    Llegar a un sitio puede ser difícil, especialmente cuando no sabemos dónde está. Puede ser que estemos en el sitio exacto y no somos capaces de reconocerlo.

    ¿Qué tan lejos podemos llegar sin saber a dónde vamos?

    Nuestros objetivos y sus motivos, incluso si los perdimos de vista, nunca existieron en primer lugar, o fueron dados en vez de creados, moldean la forma en que interactuamos con el mundo.

    Donde sea que la inercia nos llevase, puede o no que sea correcto. Sin embargo, cuando nos embarcamos en la exploración de nuestro ser, recae sobre nosotros el cuestionar nuestro razonamiento y tomar acción de manera acorde.

    Así que duda; metas, razones, verifica si los cimientos son sólidos.

    Pero sé cuidadoso con tu propia duda.