Enamorarse de los errores

Me gustaría que discutiéramos acerca de errores, los cuales podemos considerar como una parte natural del camino, escalones hacia nuestras metas.

Sin embargo, ¿qué hay de esos momentos cuando el peligro percibido de fallar es paralizante y torna nuestras acciones disonantes?

En esas ocasiones, admito que es difícil concebir la idea de enamorarse de equivocaciones.

Entonces exploraré nuestras opciones, encarar nuestra tendencia a los errores, o ignorarlos — la decisión, así como las consecuencias, son nuestras. Importante como el tema es, me gustaría considerar el ser más amable con nosotros mismos en aquellas instancias en que las cosas producen un resultado accidental.

Creo que estarías de acuerdo conmigo si digo que los errores son necesarios, que representan las bases de nuestro progreso, aquellos bloques que nos acercan a la perfección, incluso si solo es un ideal.

De tal forma, aprendemos que si usamos demasiado calor, chamuscaremos la carne. Demasiada agua en las plantas las ahogaría, no darles nada las marchitaría.

Nos ajustamos a cualquier cosa que estemos haciendo.

Tomando por hecho que estamos en la misma página con respecto a los errores, encuentro preocupante que podríamos no estar aplicando tales ideas cuando se trata de cosas que nos importan.

Podríamos intentar esconderlas, enterrarlas, hacerlas desaparecer. Tal como una espantosa herida, nos estremecemos instintivamente ante el simple pensamiento de que cualquier cosa podría tocar el corte.

Es entonces cuando me pregunto: ¿cómo se supone que aprendamos?

Tenemos opciones.

Podríamos evitar tal dolor por los medios que tengamos predilección; sin embargo, nos arriesgaríamos a caer en los mismos errores de nuevo y perdernos de toda su belleza cuando le damos nuestra espalda. Al intentar desvanecer las acechantes sombras, apagaríamos la luz, y todo sería oscuridad.

Otra opción es tener coraje. El valor de aceptar que lo que está hecho, está hecho, que no hay otra forma en que pudiéramos actuar, y con tal irritante realidad aceptar nuestra tendencia a las equivocaciones.

Sé que lo que tenemos en nuestras manos es un asunto de suma importancia; lo que sentimos al fallar es prueba suficiente de eso. Sin embargo, me gustaría que exploráramos la posibilidad de que quizá no tenemos que ser tan severos.

¿Qué tal si lo intentamos como si fuese un campo de juegos en vez de un campo de batalla?

Cuando seas cortado por una espada imaginaria, gruñe, tírate al suelo, y da tu mejor actuación. Cuando el juego se acabe, puedes levantarte ileso. Sé que parece una herida verdadera, pero entre más practicamos, resulta más fácil actuar, menos intimidante estar mal.

El ideal al que deberíamos aspirar sería el enamorarnos de nuestros errores.

Ellos son la raíz de nuestro crecimiento, algún día serán la fuente de risas y alegría, serán la forma de darle ejemplo a alguien muy querido para nosotros, ellos podrían llevarnos a lugares que nunca imaginamos, y podrían producir resultados que nunca concebimos.

Los errores, y más importante lo que hacemos con ellos, forman parte de quienes somos. Es así que me gustaría que nos pusiéramos a trabajar.

Hazlo.

Hazlo más seguido.

Hazlo mejor.

Falla.

Falla mejor.

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