Imagina estar en un cuarto con los ojos vendados y que te pidan lanzar dardos a una diana.
Sin embargo, no sabemos dónde está el objetivo.
Intentamos diferentes estrategias: tirar todos los dardos en la misma dirección esperando que lleguen su destino, o cambiar de dirección con cada lanzamiento, deseando que eso incremente nuestra oportunidad de éxito.
A pesar de nuestro gran esfuerzo y múltiples métodos, fallamos.
No tuvo nada que ver con nuestra habilidad. No había ningún blanco puesto.
Ese es exactamente el escenario que deseamos evitar.
Existen metas y motivos dentro de nosotros. El porqué hacemos algo determina todo; el cómo lo hacemos, la calidad de nuestra experiencia. Sin embargo, no basta con conocer en algún punto. Tal conocimiento necesita renovarse y ser cuestionado.
Nuestras razones cambian; en calidad, en cantidad, en el cómo interactuamos con ellas, de ahí la relevancia de explorarnos y usar la duda sabiamente como una herramienta.
Nuestros qué y por qué
Incluso si estos pasan desapercibidos, el objeto de nuestro deseo y sus razones están presentes.
Lo que queremos es equivalente a un algo en particular, mientras que el porqué corresponde al valor que vemos en eso, tanto físico, como riquezas u objetos, como abstracto, así como tener seguridad.
Es usual que dichos objetos de deseo no sean claros; anhelamos una casa, poder, o un estilo de vida en particular, porque estos simbolizan algo para nosotros.
Habrá momentos donde el camino será un deleite y estamos encantados de transitar por el mismo. Sin embargo, habrá otros momentos donde nuestro qué y por qué son lo único que previene nuestra caída.
¿Le hemos dedicado el suficiente pensamiento a un asunto tan delicado?
¿De dónde surgen las cosas que deseamos?
Inercia
En algún punto de nuestra vida, algo fue puesto en movimiento.
Desde adentro o afuera, no importa, fue fijado; creamos una rutina y objetivos, nos moldeamos a ella, tuvimos que hacerlo.
Se nos dio un qué y un porqué.
Una identidad emergió.
Pasa bien o para mal, hay una fuerza inherente, fuerza que nos mantienen en nuestros hábitos, incluso si cambios lentos se acumulan de fondo. Tales cambios pueden ser tan significativos, y la fuerza de la inercia tan grande, que la disonancia aparece; un sentimiento de conflicto interno, el ideal, en contraste con lo que es, una guerra dentro de nosotros, tu contra ti mismo.
Como sucede con cualquier conflicto, puede que nos tome por sorpresa, pero rara vez es creado de la nada.
Algunas personas pueden simplemente ignorarlo, para otros el ruido no es tan fácilmente reprimido. Para estos últimos, alguna acción debe tomarse. Así surge la necesidad de redescubrirnos.
Y es ahí donde comenzamos a ser.
Una exploración del ser
La incorrecta suposición que nos conocemos puede estar presente, dado que apegarnos a lo que conocemos es más fácil que descubrirnos cada día.
El pequeño e inadvertido desarrollo es lo que puede que un día nos sorprenda.
Qué tan afortunada la persona que reconoce cuán maleable el ser puede ser, aquel que presta atención a cada momento, quien no se encierra en una caja a sí mismo y que dedica algo de tiempo para simplemente ser.
Tal reflexión no tiene que ser pesada ni demandante, o dar pie al escrutinio de la tela que estamos hechos.
Podríamos atrevernos a probar una fruta que no nos gustaba, sorprendernos con algo que antes no podíamos concebir, o descubrir nuevos pasatiempos, pasiones, música, libros, ideas, y mucho más.
Pero, debemos ser lo suficientemente valientes como para dudar.
Duda como una herramienta
Muchas de las herramientas más poderosas pueden ser tan buenas como malas, lo mismo puede ser dicho de la duda. Para explorar nuestro qué y por qué necesitamos cuestionarnos a nosotros mismos y lo que conocemos.
Quizá tenemos la suposición de que la primera vez que hagamos algo debería sentirse fácil o natural, caso contrario, no lo “tenemos”, o presumir que la lluvia es mala porque previene salir.
Ciertas ideas son limitantes o destructivas.
Dudar es equivalente, en cierto modo, a reconocer alternativas, y a cuestionar la validez de aquella que actualmente utilizamos. Debemos perfeccionar el criterio para escoger la opción correcta.
Hay mejores maneras de actuar, cualidades que perseguir, cosas que ignoramos. Debe existir la disposición de estar errado si queremos ser mejores.
Existen otras formas en las cuales la duda puede ser desastrosa, como cuando necesitamos toda la fuerza que esté a nuestro alcance, o cuando una idea o creencia está siendo puesta a prueba.
Debemos dudar solo cuando sea prudente.
Piensa hacia dónde vas
Llegar a un sitio puede ser difícil, especialmente cuando no sabemos dónde está. Puede ser que estemos en el sitio exacto y no somos capaces de reconocerlo.
¿Qué tan lejos podemos llegar sin saber a dónde vamos?
Nuestros objetivos y sus motivos, incluso si los perdimos de vista, nunca existieron en primer lugar, o fueron dados en vez de creados, moldean la forma en que interactuamos con el mundo.
Donde sea que la inercia nos llevase, puede o no que sea correcto. Sin embargo, cuando nos embarcamos en la exploración de nuestro ser, recae sobre nosotros el cuestionar nuestro razonamiento y tomar acción de manera acorde.
Así que duda; metas, razones, verifica si los cimientos son sólidos.
Pero sé cuidadoso con tu propia duda.
Deja una respuesta