Encontrando Sentido en la Pérdida de Alguien Amado

Se nos ha concedido la fortuna de amar, y la tragedia de la pérdida. La travesía que tenemos en frente y las respuestas que encontremos son únicas, pero el punto en común donde todos nos encontramos es la necesidad de explorar y entender la naturaleza de nuestro dolor. Una idea alarmante. Sin embargo, no más que el peligro de mirar a otro lado. A pesar de todo el caos y confusión, encontramos las respuestas correctas mirando hacia adentro. Sabemos que algo murió, pero podemos estar ignorando que algo sigue vivo aún. En el agotador esfuerzo por evadir el dolor, podríamos estar causándolo cada vez más.

Un fragmento de dolor

Angustia surge a raíz de la ausencia de una persona amada en nuestra vida. Su partida ha traído el final de una relación preciada, rasgando algo dentro de nosotros. ¿Qué exactamente duele? La ausencia de interacciones únicas, una sonrisa, todas las memorias que compartíamos. No. No solo lo que fue, sino también lo que nunca será, y el amor sin dirección, formidable pero sin objeto. Ocurre una atenuación del mundo. Regamos las plantas, pero los colores siguen apagándose. Blanco o negro, la decisión no importa. Tenemos un incendio dentro de nosotros, y aun así, sentimos frío. Sentimos tanto y tan poco.

Buscando salvación

Por cada naturaleza y circunstancia existe una forma para procesar el dolor. Puede que tome la forma de culpar o sentir culpa, lágrimas, aislarse, o incluso la incapacidad para procesar qué está sucediendo, qué sentimos, o cualquier cosa. Buscamos extinguir a cualquier costo las sofocantes llamas. Nos aventuramos al mundo en busca de respuestas, y respuestas encontraremos. Su efectividad es cuestionable, sin embargo. Si no fuera, la resolución debe estar dentro. Pero ¿cómo se supone que miremos allí cuando hay tanto ruido? ¿Qué tal si en el proceso de amputar nuestro dolor estamos cortando una parte de nosotros mismos?

Dos caras de la misma moneda

«Algo murió dentro de mí» es una forma común para describir en unas cuantas palabras un mundo cayéndose a pedazos. Sin embargo, ¿cómo algo muerto puede doler tanto? No hay duda de que algo con raíces en nuestro pecho fue jalado de manera violenta. Parte de nosotros se ha marchitado, pero la otra está viva, y afligida. Tal objeto es el amor en nuestro pecho, palpable, incluso si está privado de sentido, amargado, en agonía, el mismo que intentamos exiliar. Reconocer tal relación es vital para encontrar sentido al dolor. Bajo dicha luz, una decisión está en nuestras manos: preservar este amor para ver su metamorfosis, o darle la espalda.

Alteración de quién somos

A pesar de la voluntad de proteger la llama o su ausencia, este único ser humano tendrá un efecto perdurable en nosotros, un cambio permanente. Podremos encontrar ejemplos en costumbres adquiridas, hábitos, gustos, formas de reaccionar, percibir el mundo, sentir, y amar. Los recuerdos pueden ser olvidados, a través de causas naturales o con intención, los objetos pueden ser destruidos, y años podrán pasar. Sin embargo, hasta que el aire deje de entrar y salir de nuestros pulmones, una pieza permanecerá dentro de nosotros, junto a una cicatriz atemporal.

El coraje de sentir

Podemos encontrar consuelo en experimentar este dolor como una reflexión del amor que esa querida persona inspiraba y apreciando el impacto que su existencia causó. No obstante, debemos aprender acerca de cierto aspecto de esta experiencia porque puede que no sea la última. Si deseamos amar, el dolor que le sigue debe ser aceptado. En la misma medida que sentimos alegría, sentimos tristeza. Nuestra piel, delicada y sensible, es propensa a moretones, quemaduras y cortes. Si la endureciéramos, tornarla en piedra, no tendríamos que preocuparnos por la llama, o ser heridos de ninguna manera. No sin perder la habilidad para sentir una caricia en el proceso.

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