Imagina a un atleta o un músico, y el cómo estos pueden estar absortos en sus respectivas actividades

El resto del mundo parece palidecer frente a lo que hacen, para ellos no hay más nada; cuán diligente es su desempeño.

Mientras que el mundo tiene muchos campos, reglas, excepciones, y demás, nosotros creamos en nuestra actividad una dimensión que nos pertenece. El campo es más pequeño, las reglas son claras y límites lo hacen más manejable, la sensación de maestría está más al alcance de la mano.

¿Qué tal si pudiésemos replicar tal experiencia en actividades rutinarias, o menos creativas? Entender lo que estas actividades inmersivas tienen en común nos permite conseguir tal tarea.

Condiciones externas

Las actividades inmersivas están caracterizadas por la ausencia de distracciones, y objetivos, reglas y retroalimentación claras.

La carencia del zumbido de notificaciones y un ambiente tranquilo permite que nuestra atención esté solamente dirigida a la acción, así evitando el gigante estrago que tiene el cambiar de tareas en nosotros.

Por otro lado, en estas actividades tan inmersivas, tenemos una idea concreta de lo que deseamos conseguir, cómo hacerlo, y recibimos indicadores directos acerca de si lo hemos hecho de manera correcta.

Una gimnasta tiene el objetivo de hacer acrobacias, a través de un entrenador o por cuenta propia, ella conoce la teoría del cómo debería realizarse el movimiento, y finalmente, ella recibe feedback inmediato de su práctica cuando se cae o tiene éxito en aterrizaje.

Condiciones internas

Existen cambios en nosotros con relación a estas actividades; no hay ruido interno, el tiempo parece ir más rápido, y la dificultad está perfectamente a la par de nuestras habilidades.

Este tipo de ruido es distinto al externo; preocupaciones, pensamientos, dudas, todo desaparece. Es exactamente a lo que me refería en «‘Todo es aburrido’ pensamos erróneamente», no nos interponemos en nuestro camino. No encontraremos “una gimnasta” y, por otro lado, “un salto”, los dos se unen y no existe distinción.

De la misma forma, el tiempo parece desaparecer también; las horas de entrenamiento y los músculos adoloridos no parecen nada.

Finalmente, nuestra gimnasta realizará sus acrobacias de acuerdo a su nivel. Adapta su rutina para que no sea lo suficientemente grande para ser desmoralizadora, tampoco fácil para ser aburrida, lo suficiente para representar un reto. Esto implica la constante necesidad de balancear la dificultad que experimentamos.

No todo se sentirá mágico

Hasta ahora, esas actividades inmersivas son fantásticas; el mundo que estas presentan es único para cada uno de nosotros, y la sensación de ejecución es sublime. Sin embargo, las experiencias negativas también son parte de las mismas.

Nuestra gimnasta tendrá que atravesar las inherentes dificultades de su arte: la frustración de no conseguir una cierta postura, lesiones, tener que enfocarse en aspectos menos emocionantes como lo son la nutrición o el descanso.

Cuando tomamos consciencia de esto, deberíamos verlo como un alivio en vez de una traba. Los obstáculos no son necesariamente un indicador de algo errado con nosotros o la actividad, sino parte del proceso. Existirán buenos y malos tiempos. Algunos tendrán la fortuna de disfrutar los inconvenientes. Nuestra gimnasta puede que reconozca una caída como una oportunidad invaluable para crecer.

Convierte lo que hagas en una actividad inmersiva

Toma tu actividad particular, incluso si no es artística, intenta reconocer las características de esas actividades inmersivas e imítalas.

• ¿Tienes un claro qué y cómo?
• ¿Entiendes las reglas del juego que estás jugando?
• ¿Estás aprendiendo del feedback que te da el mundo?
• ¿Estás libre de ruido? Tanto el enjambre de pensamientos en tu cabeza como las innumerables fuerzas que rasgan desde cada parte tu atención.
• ¿Sabes cuándo algo es demasiado difícil, o fácil, y ajustar la dificultad de manera acorde?

Concéntrate solo en una a la vez. De tal forma, podemos disfrutar más de la actividad y ser más efectivos.